Desde que comenzó el proyecto de The New York Times en Español, en febrero de 2016, una de las preguntas más constantes que recibimos (dentro y fuera del Times) es cómo elegimos los artículos que traducimos. Se trata de una discusión que los editores del sitio en español mantenemos todos los días amablemente y que ha sido inseparable de otra discusión, a menudo más visceral y menos amable: ¿cómo los traducimos?
Desde Los Ángeles hasta Buenos Aires y desde las Islas Galápagos hasta Barcelona, el español que hablan nuestros lectores varía ampliamente. Solo en América Latina hay más de quince formas distintas de llamar a las palomitas de maíz (en mi ciudad natal es pororó), existen al menos trece formas de referirse a los sorbetes y hay diez maneras distintas de llamar a una vaquita de San Antonio (esos bichitos rojos con lunares negros a los que la superstición popular atribuye buena suerte), tantas como los nombres que se usan para los botines de fútbol. Un deporte que, de hecho, se escribe con acento o sin acento según el país en el que vivas, al igual que “cartel”, “panel” y “video”. La palabra coloquial que usan los venezolanos para decir que están furiosos es la misma que usan los peruanos o los colombianos para decir que están embargados por el deseo. Tenemos distintos nombres para las frutas, para los cortes de carne y para hablar de una ruptura amorosa. Y, por supuesto, todos los lectores están convencidos de que su forma de usar el idioma es la correcta.