«La aguanté durante un rato, hasta que no pude más y le dije que su marido no gobernaba con los votos del pueblo, sino con la imposición de una victoria. A la gorda no le gustó ni medio». La «gorda» era Carmen Polo, la esposa de Franco. La autora de la frase es Eva Perón, la totémica Evita, esposa del presidente argentino Juan Domingo Perón (1946-1974). La anécdota, acontecida durante la visita a España de la primera dama argentina en 1947, aparece en Del fascismo al populismo en la historia (Taurus), el ensayo recién publicado del historiador argentino Federico Finchelstein, e ilustra una de sus tesis centrales: que el populismo hunde sus raíces en el fascismo, pero el primero es intrínsecamente democrático.
«No hay fascismo sin dictadura ni populismo sin elecciones. Y esto no es una definición teórica, sino que tiene que ver con una experiencia de democratización histórica que surge sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial y va llegando a otros países. No hay dictadores populistas. Cuando deja de haber elecciones reales, deberíamos hablar de dictadura, no de populismo», explica en una entrevista Finchelstein (Buenos Aires, 1975), profesor de Historia en la New School for Social Research y en el Eugene Lang College de Nueva York, y autor de varias obras sobre fascismo, populismo y el Holocausto.