Hace unos seis meses, Elon Musk compró tu bar favorito del vecindario. Luego despidió a los porteros y cantineros experimentados, intentó timar al propietario del local y al menos a un proveedor, y exigió que los asistentes regulares comenzaran a pagar una entrada. Con frecuencia ha tenido problemas para atender a sus clientes, pero aun así los ha castigado por mencionar a la competencia. En general lo que ha hecho es apagar la fiesta: muchas conversaciones en su taberna han sido ahogadas por el espectáculo interminable del propio Musk, el cual consiste en gran medida en él gritándoles chistes incómodos a los clientes a través de un megáfono.
Brindemos por Twitter, entonces. Había sido receptivo a la compra de Musk de la red social, pero después de medio año, la verdad es que ha sido un desastre absoluto. Musk se movió rápido y rompió casi todo: la velocidad y la totalidad con la que arruinó el sitio ha sido casi impresionante. Según los propios cálculos de Musk, la compañía vale en la actualidad menos de la mitad de lo que pagó por ella. Ha perdido muchos anunciantes grandes, a la mayoría de sus empleados y, con ellos, gran parte de su funcionalidad.