En otoño de 2017 diversos laboratorios europeos notificaron un hecho anormal: habían detectado alarmantes niveles ambientales de rutenio-106, un isótopo altamente radioactivo que no se encuentra en la naturaleza. Los aerosoles se identificaron en lugares tan dispares como Oslo o Atenas, lo que apuntaba a una única fuente, probablemente una fuga a gran escala, como el origen de la radiación. Pese a tratarse de niveles inocuos para las poblaciones humanas, era preocupante.
En algún lugar se había registrado un accidente nuclear. Pero ningún país lo reconocía.