Boris Johnson es el primer mandatario británico en mucho tiempo que está libre de dilemas en relación con su postura ante la Unión Europea. Para bien o mal, su estrategia para obtener el poder lo dejó con una sola opción viable: descartar una negociación con la UE antes del plazo para el Brexit (31 de octubre), llamar a elección general ese día, buscar un mandato popular para una salida de Europa sin acuerdo, sin peros, sin condiciones, y después sentarse a ver sudar tinta a sus adversarios dentro y fuera del país.
Dejando a un lado las desventajas obvias de un Brexit sin acuerdo, Johnson no tiene ninguna alternativa funcional. Viajar a Bruselas a renegociar el acuerdo de su predecesora sería un error táctico. El fracaso de Theresa May reflejó la incapacidad de distinguir entre el interés general de la UE y los motivos particulares de su establishment. Puestos a elegir entre proteger las ganancias de los exportadores continentales y reafirmar el modus operandi de la burocracia, el negociador principal de la UE, Michel Barnier, y los líderes políticos que lo respaldan optarán infaliblemente por lo segundo. Por eso rechazarán cualquier propuesta de cambios significativos al acuerdo de retirada negociado por el gobierno de May, incluso cambios que beneficiarían a la UE a largo plazo.