“Hay países desarrollados, hay países subdesarrollados que están dejando de serlo, y, luego, está la Argentina”.
Se trata de una frase que se le atribuye a Mario Vargas Llosa, y aunque él niega su autoría, bien podría haber sido producto de su capacidad para decir mucho con pocas palabras. Sin embargo, la intensidad con la que diariamente se expresan las dinámicas de corto plazo de la crisis muchas veces no nos deja ver con claridad las de más largo plazo. Las que, por cierto, exhiben de manera brutal ese fracaso que es la Argentina.
La inflación, la escasez de reservas, la brecha cambiaria, la expansión del pasivo del BCRA (sobre todo, la de los pasivos remunerados) y la dinámica de la deuda en pesos no dan respiro. Y conforman una de las dimensiones en donde se pone a prueba la sustentabilidad de corto plazo del “programa aguantar” del ministro Massa. En paralelo, las consecuencias sociales de la inflación y de la falta de crecimiento (del producto y del empleo formal) generan un estado de tensión permanente entre los reclamos de las organizaciones sociales y la capacidad del Estado de atenderlos. No sabemos si el gatillo que acelerará la fase de corrección (reactiva) de la crisis provendrá de alguna de las dinámicas macro o si será la cuestión social el desencadenante. Pero luce cada vez más cuesta arriba que el Gobierno pueda evitar que alguno de los platillos con los que hace malabares no se le caiga al piso. Sobre todo cuando, tal como nos lo han hecho saber las máximas autoridades económicas, no habrá un programa económico y que no tenemos que esperar nada diferente de las actuales políticas económicas.