Es posible que hayas escuchado que las ciudades están acabadas. La razón es sencilla y aparentemente irrefutable: el coronavirus prospera entre grupos cercanos de seres humanos, y en ningún lugar están más cercanos los grupos humanos que en las grandes ciudades. El daño causado por el virus parece dejar clara esta relación. La ciudad de Nueva York, el área urbana más poblada y densa de Estados Unidos, también fue la primera en ser devastada por el virus.
La pandemia pasará, pero muchos temen que nuestra respuesta a la COVID-19 podría haber devastado a las economías urbanas de manera definitiva. Los confinamientos cerraron bares y convirtieron a los restaurantes en “cocinas fantasmas” cuyos principales clientes son personas, sobrecargadas de trabajo, que entregan comida a domicilio. El cambio, de la noche a la mañana, al trabajo remoto hizo obsoleta la necesidad de edificios de oficinas y la vasta economía que sustenta a sus trabajadores, desde el transporte público hasta las tiendas de la esquina. El comercio en internet, que ha diezmado a los minoristas durante más de una década, aceleró su aplastante inevitabilidad. Incluso las instituciones culturales se encuentran en riesgo: si Hamilton no perdió mucho de su sentido al pasar del Richard Rodgers Theater a la plataforma de emisión en directo Disney+, quizás el fin de Broadway también está cerca.