La otra noche me encontraba en una fiesta en un yate en Cannes cuando me vi atrapado en una de las típicas disyuntivas de la vida en la Costa Azul: ¿canapés, crudités o vino rosado?
¡Estoy bromeando, por supuesto! ¿Por qué elegir uno solo? Mientras comía todo lo que podía, me integré a la reunión adoptando la pose de los estadounidenses babosos, de mediana edad, ataviados en lino arrugado. Los presentes hablaban de los momentos relevantes del festival Leones de Cannes, la reunión anual de la industria publicitaria que congregó a miles de publicistas armados con cuentas de gastos en el sur de Francia durante toda la semana. Su conversación oscilaba con facilidad —aunque de forma un tanto extraña— entre el hip-hop y la tecnología publicitaria: “Somos algo más parecido a un centro de soluciones en tiempo real”. “¿Viste la presentación de Nas en la playa de Spotify?”. “¿Ustedes están hechos a medida?”. “Estamos hechos a la medida”. “Sí, la de Nas estuvo impresionante”.
No obstante, a pesar de Nas y las crudités, me costó trabajo participar en el gozo. Durante gran parte de la semana glamurosa en Cannes, me persiguió una pregunta insistente acerca del negocio de la publicidad y la economía global: ¿qué hacen todas estas personas aquí?