Un año después de la invasión rusa de Ucrania la resistencia de la economía rusa ha sorprendido a más de un experto occidental. Cuando, a raíz del 24 de febrero de 2022, Estados Unidos, Europa y Japón comenzaron a imponer una batería de sanciones contra Moscú, algunos, como el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire, predijeron un colapso total de la economía rusa, mientras que otros vaticinaron una caída del 10% de su PIB.
Sin embargo, las últimas Perspectivas de la Economía Mundial del FMI, publicadas a principios de febrero, disiparon cualquier idea de colapso. Se espera que el PIB ruso caiga sólo un 2,2% en 2022, mientras que en octubre aún se preveía una caída del 3,4%. El Fondo prevé incluso un crecimiento del 0,3% en 2023 y un repunte aún más fuerte en 2024, con un 2,1%. Varios analistas han señalado que la previsión de crecimiento de Rusia para 2024 es superior a las de Francia (1,6%), Alemania (1,4%) y Estados Unidos (1%).
Sin embargo, sería un error adoptar una posición contraria a las previsiones de hace un año. En primer lugar, porque los datos de Rusia deben tomarse con cautela y también forman parte de la comunicación de guerra, pero también porque, en determinadas circunstancias, los conflictos pueden apoyar el crecimiento del PIB, que dista mucho de ser un indicador de bienestar o incluso de prosperidad.