domingo 2 de abril de 2023
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La edad de oro del streaming se ha acabado

Cuando Netflix despegó, nos prometieron una revolución del entretenimiento: enormes bibliotecas de contenidos atractivos estarían disponibles con unos pocos clics, todo por una pequeña cuota mensual.

Sin embargo, a día de hoy, navegar por los servicios de streaming se asemeja a pasar por una serie de programas insípidos, reality shows de medio pelo y películas irremediablemente ramplonas hasta que uno se rinde o desiste porque, a pesar de la abundancia de títulos, no hay nada bueno que ver. Después de prometer derrocar a los grandes operadores, los servicios de streaming están empezando a parecerse mucho a la televisión tradicional: navegar por decenas o cientos de canales para acabar diciendo: «¡No hay nada!».

Durante la última década, Netflix se ha aprovechado de unos tipos de interés muy bajos y el deseo de crecimiento de los inversores para llenar su servicio de series y películas con el objetivo de que los suscriptores se den un atracón. Este gasto masivo ha puesto patas arriba la industria audiovisual tradicional y ha obligado a los gigantes del entretenimiento a perseguir el modelo de streaming impulsado por Silicon Valley.

Esta pugna por los contenidos no solo ha provocado una avalancha de programas y nuevos servicios de streaming, sino que también ha desatado una oleada de fusiones y concentración empresarial. A los ojos de los accionistas, la tarea no consistía tanto en obtener beneficios, sino en aumentar el número de suscriptores, en un intento global de hacerse lo más grande posible, suponiendo que el dinero llegaría después.

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