Vamos a hablar de un género que se origina en lo periodístico. Me refiero a las entrevistas, las típicas conversaciones en las que una persona pregunta y otra contesta. Es un género viejísimo que fue cultivado por grandes –tanto en la televisión como en los medios gráficos– y es una práctica –la de entrevistar– que se afina con el tiempo. Más allá de la excusa detrás de la entrevista, lo bueno de leerlas o verlas es poder seguir el razonamiento de las personas que contestan, ser testigos de cómo elaboran sus respuestas. Y si las preguntas están bien formuladas, eso es digno de valorar también.
De un tiempo a esta parte, me parece que las largas entrevistas (esas en las que realmente se puede profundizar) están volviendo a tener protagonismo y a ser elegidas por los públicos masivos. ¡Hasta yo misma tengo un ciclo de conversaciones con escritores! Más allá de lo personal, me refiero al éxito que tienen ciclos de streaming como El Método Rebord, hosteado por Tomás Rebord, o Caja Negra, hosteado por Julio Leiva (nada que ver con la editorial), en los que se proponen conversaciones extensas, no tan codificadas: los invitados e invitadas pueden explayarse a sus anchas en las respuestas. Sin la tiranía de los tiempos de la tele de aire o de los programas de radio, las entrevistas se ensanchan, los temas se profundizan y quienes escuchamos nos quedamos con todas esas ideas que se dijeron en la cabeza, pero también con las modulaciones de las voces y los cambios de tono cuando se pasa de un tema a otro o cuando se aborda algo incómodo. Hay entrevistas que se vuelven más íntimas, otras más ríspidas o picantes. Como sea, la idea de acercarse a figuras muy mediáticas del arte o la política desde la perspectiva de una conversación amena siempre nos aporta algo diferente o nos abre, por qué no, nuevas preguntas.