Leopoldo Brizuela fue —qué raro hablar de Leopoldo en pasado— una de las personas que más aportó a la literatura argentina sin que nadie lo viera. Con una predisposición generosa y total, logró incrementar el acervo de la Biblioteca Nacional al conseguir que los familiares de grandes intelectuales argentinos donaran las bibliotecas privadas para que esos volúmenes quedaran en el país y no se «perdieran» en una universidad del exterior. La Biblioteca Nacional y todos los argentinos le estaremos en deuda. Una sala de la Biblioteca debería llevar su nombre: sería un acto de justicia y reconocimiento.
Recuerdo exactamente la primera vez que nos vimos. Fue en un bar frente a la plaza Roma, en el Bajo. Brizuela había escrito Una misma noche, una novela incómoda que hablaba de los efectos de la dictadura que llegaban al presente y de la colaboración de los medios. De alguna manera se las había ingeniado para quedar mal con todos: los platenses —él era de La Plata y la novela transcurría en su casa de la infancia—, el diario Clarín —justo él, que pocos años antes había ganado el premio de Ñ—, los organismos que participaban en la recuperación del predio de la ex ESMA. Esta capacidad para «quedar mal con todos», antes que un defecto, es una gran muestra sobre cómo debe ser el trabajo de un escritor que quiere intervenir en la vida de una comunidad.