Una de las mejores funciones del internet es la satisfacción a la carta. Si buscas un video que tenga la etiqueta “satisfactorio”, podrás invocar una sensación hipnótica en tu pantalla: hermosas barras de jabón cortadas en listones delgados, masa fresca procesada en una máquina para pasta, glaseado vertido sobre una galleta, una araña que teje su tela. Satisfacen cierta inquietud mental. El contenido parece entrar directamente a nuestro cuerpo sin pasar por el cerebro. El slime es la satisfacción hecha objeto; se trata de una sustancia suspendida en la frontera entre el estado líquido y el sólido, además de lo que vemos en la realidad y lo que observamos a través de una pantalla.
Los videos de slime, o moco, que primero se hicieron populares gracias a los usuarios de Instagram en Tailandia e Indonesia, se han vuelto parte del contenido satisfactorio en internet y ahora han llegado a las escuelas primarias de Estados Unidos. Se trata de un arte, una comunidad y una industria: gratificación sensorial envasada y comercializada. Combinando los materiales domésticos más comunes —detergente para ropa, brillantina, pegamento— obtenemos una sustancia exótica.