Pasada la una de la tarde, dejó a un costado el celular y se prometió no escuchar bocas de urna que lo «contaminen». Rodeado de su familia, más algunos amigos de siempre, Mauricio Macri almorzó en la quinta Los Abrojos y pasó la tarde sin conexión con encuestas ni sondeos de la elección, que según su visión influirá en «los próximos treinta años» de la Argentina. Horas después, y luego de una larga conversación con sus dirigentes de confianza en la quinta de Olivos, llegaría la confirmación de una derrota «previsible» en general, pero mucho más fuerte y dolorosa de lo pensado en los números.
Dolido, y hasta enojado por momentos -un sentimiento que pocas veces dejó traslucir desde su llegada a la Casa Rosada-, Macri dejó unos pocos indicios de su estrategia futura. Intentar hacer «su parte» para que los mercados no se desboquen a partir de hoy, y empezar la conquista de aquellos votantes que prefirieron otras opciones, o no fueron a votar.