El algoritmo no parece entender la diferencia entre el pelo de un hombre y el pelo de una criatura desconocida: al cabo de cinco minutos de googlear sobre la cabellera del Bigfoot (Pie Grande), empezaron a aparecer en la pantalla de mi computadora anuncios sobre caída capilar. Razón de más para resignarme a leer unos pocos enlaces abiertos antes de redactar estas líneas: el FBI liberó su archivo sobre El Peludo Furtivo el pasado 5 de junio. Veintidós páginas que contienen copias de recortes de prensa, esquemas y documentos, entre ellos un intercambio postal el Centro de Información y Exhibición de Bigfoot del aficionado a la criptozoología Peter Byrne con el Laboratorio del FBI. En esas cartas, un encargado de investigaciones forenses de la oficina federal de investigaciones de los EE.UU. declaraba estar analizando la relación entre “una muestra no identificada de cabello y tejido” con cualquier especie conocida.
“No es frecuente encontrarnos con pelo que no podemos identificar, y lo que tenemos ahora, unos 15 cabellos adheridos a un pequeño trozo de piel, es el primero que hemos obtenido en seis años sobre lo que, creemos, puede ser importante”, escribió Byrne al FBI en una carta fechada el 24 de noviembre de 1976.