El advenimiento de la era digital voló por los aires los cimientos de la industria cultural. En un plazo de diez años, la clave de bóveda del negocio discográfico o editorial se vino abajo, fruto no sólo de las descargas y las redes compartidas, sino de una transformación en los usos y costumbres del consumidor. Lo físico, o al menos así lo parecía, estaba avocado al fracaso. Los discos no tenían mayor recorrido que las copias digitales o el streaming. Los aparatosos libros de tapa dura o blanda tendrían poco que hacer frente al surgimiento de los e-book y a la comodidad de transportar doscientos títulos en un ligero aparatito.
A las puertas de la tercera década del siglo, las cosas no son tan sencillas.