Corre el reloj para que María Eugenia Vidal defina si, como diagnostican a su lado, decide ser un problema o una solución. Antes que termine abril, la ex gobernadora formalizará cuál será su rol electoral en este 2023. La intriga no gira sobre si será o no candidata a presidenta -nadie, nunca, creyó que su postulación haya sido de fondo- sino sobre la coreografía del renunciamiento, el modo en que impactará en la descarnada interna del PRO y si se sube, o no, al ajedrez electoral de la Ciudad de Buenos Aires.
Las incógnitas son dos. Una: cuando Vidal se baje de esa aventura -dijo que lo hará antes que termine el mes de abril, pero ahora sugieren que será en las próximas dos semanas-, debería explicitar a qué candidato apoyará en la interna presidencial del PRO, a Horacio Rodríguez Larreta o a Patricia Bullrich. Cuando lo anuncie, generará tensiones inevitables en una de las dos tribus: terminará de romper su relación histórica con el larretismo o desafiará la lógica de Mauricio Macri, que por momentos se mueve como jefe de campaña de Bullrich.
Dos. Si, en esa deserción, decide excluirse de la carrera electoral del 2023 o revisa su negativa a competir por la jefatura de Gobierno porteño, para algunos la carta que todo el tiempo tuvo Macri en su caja de herramientas cuando la incentivó a plantear una postulación presidencial. La segunda incógnita, si se resuelve de manera positiva, ordena también la primera: Vidal podría bajar a competir en la ciudad sin otra explicación que decidir ese movimiento y sin tener que bendecir a uno y otra candidata de la carreta presidencial del PRO. Es más: puede lograr la magia de mutar en candidata “de todos” en la ciudad: de Macri, de Larreta e, incluso, de Bullrich, que dijo que su postulante es Jorge Macri pero activa, en parelalo, las pretensiones electorales de Ricardo López Murphy en la ciudad, con quien esta semana hará campaña en Tucumán.