Una tarde hace casi un año, justo cuando el Senado de Estados Unidos comenzaba a considerar la nominación de Brett Kavanaugh a la Corte Suprema, me registré en Day Night Healthcare, una farmacia en línea con sede en India, y ordené una caja de pastillas abortivas. Unas horas más tarde, recibí una llamada de un agente de servicio al cliente de Day Night que me advirtió algo. Me aconsejó que si mi banco llamaba para preguntar sobre la compra: “Dígales que aprueba el cargo, pero no diga para qué es. Si preguntan, diga que es equipo para el gimnasio, o algo así”.
De hecho, el banco jamás llamó. Una semana y media después, un pequeño sobre marrón —con sello de remitente no de India, sino de Nueva Jersey— llegó en el correo. Adentro se encontraba un empaque de aluminio sellado con el logo de un fabricante, información de dosis y números de identificación de lote. Contenía cinco pastillas. Una era una dosis de 200 miligramos de mifepristona, mejor conocida por su nombre en clave durante su desarrollo en la década de 1980: RU-486. Las otras cuatro tenían 200 microgramos cada una de misoprostol, un medicamento utilizado de manera generalizada en la obstetricia y la ginecología para inducir contracciones, entre otras cosas.