El esfuerzo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para provocar el fin del régimen represor de Cuba al aplastar su economía solo garantiza más sufrimiento para los ciudadanos de la isla, que ya padecen suficientes limitaciones a consecuencia del proyecto económico fallido de Fidel Castro.
La Casa Blanca está dañando a la misma gente —los cubanos comunes y corrientes— a la que dice querer ayudar. No solo se están agotando sus posibles fuentes de ingresos independientes (y, con ellas, su autonomía política), sino también su acceso a alimentos y sus esperanzas para el futuro.
Durante décadas, la autocracia cubana ha sido un recordatorio irritante de la impotencia de Estados Unidos para erradicar el comunismo. El congreso estadounidense endureció el embargo contra la isla en 1992 y 1996, con los involuntariamente irónicos nombres de la Ley de la Democracia Cubana y de la que se conoce como la Ley de la Libertad Cubana.