Las vacaciones ya no son lo que eran. La promesa de un sistema de alcantarillado para las frustraciones edificado en las páginas amarillas, el misterio de lo desconocido (y, si se terciaba ir en un bólido a cuatro ruedas, cargados con un mapa más grande que la carrocería del vehículo) capituló hará unos 20 años. Desde entonces, el azar envuelve el pescado y ha quedado relegado al mínimo. Todo, prácticamente todo, puede organizarse con antelación: visitas guiadas, recorridos por Google Maps, GPS, hasta la sacrosanta habitación de hotel; que es lo que el vestido a los bailes de instituto, pues casi todo se reduce a eso. Y todo ello gracias a la alquimia binaria de Internet, que nos ha regalado numerosas páginas con las que satisfacer nuestro apetito de seguridad.
Una de las exploradoras pioneras en esto de alquilar tablas para surfear la red en busca de la estancia más ventajosa fue Booking.com. Según su propia descripción, “se fundó en 1996, en Ámsterdam [Países Bajos], y ha pasado de ser una pequeña start-up neerlandesa a convertirse en una de las empresas de viajes digitales más importantes del mundo. Booking.com forma parte del grupo Booking Holdings Inc. (NASDAQ: BKNG) y su misión es hacer que descubrir el mundo sea más fácil para cualquier persona”… y blablablá, blablablá. Somos magníficos, estupendos, consolidados, emprendedores, ofrecemos millones de opciones las 24 horas. ¡Qué alguien le pague un sobresueldo al copywriter de semejante alarde de originalidad!