Bobby es un buen chico. Bravo también.
Angel es una buena chica, y cuando se sentó, con sus peludos cuartos traseros resbalando un poco sobre el suelo de baldosas, levantó una pata para enfatizar, como si dijera: “Es esta bola de algodón que mi refinada nariz ha identificado, la que huele a COVID-19”.
Los tres labradores, que trabajan en una clínica universitaria de Bangkok, forman parte de un cuerpo mundial de perros entrenados para olfatear la COVID-19 en las personas. Los estudios preliminares, llevados a cabo en varios países, sugieren que su tasa de detección puede superar la de las pruebas rápidas de antígenos que suelen usarse en aeropuertos y otros lugares públicos.
“Para los perros, el olor es obvio, como lo es para nosotros la carne a la parrilla”, afirma Kaywalee Chatdarong, vicedecana de investigación e innovación de la facultad de ciencias veterinarias de la Universidad de Chulalongkorn, en Bangkok.