Cuesta aceptarlo pero así es, si atendemos a las narrativas de sus protagonistas. En una guerra convencional hay países que se reconocen como contendientes, hay vencedores y derrotados. En una guerra existencial, lo que está en juego es la propia existencia de quienes combaten y de aquello por lo que combaten, su razón de ser en el mundo.
En ese marco geopolítico y trasfondo histórico inscribe Vladimir Putin el conflicto, cuando dice que se trata de “una batalla por la supervivencia de Rusia”, le niega entidad a Ucrania como país soberano y a los ucranianos como pueblo, y se propone rediseñar el mapa euroasiático bajo los moldes de lo que fue la Unión Soviética, o más atrás, el imperio zarista.
También Volodimir Zelenski aporta su contra-narrativa cuando propone cambiar el nombre de Rusia por “Moscovia” y “Federación Rusa” por “Federación de Moscú”. La petición que avaló el presidente ucraniano explica que “este nombre se utilizaba en las lenguas europeas y en algunas asiáticas. En muchos mapas históricos de los siglos XVI a XIX, que se hicieron en Europa antes y después del cambio de nombre de reino de Moscú por el de Imperio de Toda Rusia.