Spike, el agitado perro salchicha, recibía algo en cada comida aunque el hambre consumiese a los humanos atrapados en el búnker bajo la acería Azovstal.
Al final, había tan poca comida y agua que los adultos apenas comían un poco y una vez al día. Colocaban dos tazas de macarrones en 10 litros de agua y esa “sopa” tenía que alimentar a 30 personas. Los niños comían dos veces. Aun así, todos compartían la comida con su mascota.
“Alguien le daba una cucharada de gachas y todos en la familia le daban tres o cuatro cucharadas cuando comían. Por suerte, es pequeño”, dice Olena Chekhonatski.
Al comienzo de la guerra, ella se refugió bajo tierra para escapar de los bombardeos junto a su marido Yegor y sus dos hijos: Artem, de 12 años, y Dmitry, de 17. Esperaban quedarse unas dos semanas, pero no salieron hasta dos meses después.