En 2011, hubo dos encuentros, por separado, con Paolo Rocca y Héctor Magnetto. Mauricio Macri y Jaime Durán Barba fueron juntos a ver al CEO de Clarín a su casa de la avenida Alvear para explicarle que el entonces jefe de Gobierno porteño no iba a poner la cabeza en la picadora de carne de las elecciones presidenciales. Magnetto tenía la necesidad imperiosa de que Macri se animara a enfrentar a la Cristina Kirchner que acababa de enviudar e iba en busca de su segundo mandato, casi sin oposición. Como anfitrión y miembro estable del poder permanente, el ahora dueño de Telecom hizo oír su demanda con una insistencia que sorprendió a los visitantes. Pero Macri y Durán Barba ya habían repartido roles y el futuro presidente deslindó las culpas en el asesor ecuatoriano. La reunión, dicen, no fue de lo más amena. Con Rocca, el encuentro fue menos tenso, pero la demanda era la misma: hacía falta un retador para la CFK que caminaba hacia el 54%.
Cuatro años después, el choque entre el líder del PRO y el Círculo Rojo se repitió en torno a la necesidad o no de ir a una alianza con Sergio Massa. Empresarios, analistas, formadores de opinión y fondos de inversión desplegaron toda su artillería para que Macri sumara una pata peronista para pelear con Daniel Scioli. La estrategia de Macri y Durán Barba volvió a desatender el reclamo de sus aliados naturales. El ingeniero fue desafiante en campaña, dijo que el Círculo Rojo no entendía “nada” de política y de la galera del ecuatoriano salió la porteña María Eugenia Vidal para la provincia de Buenos Aires. Ganó las elecciones y la disputa de corto plazo con aquellos que, aunque le desean lo mejor, desconfían de su capacidad para ejercer el mando.