El director de una de las escuelas en las que trabaja Karina Rosito tuvo una idea: que las maestras se colgaran su celular al cuello con una cadenita, lo conectaran al Zoom y dieran clase, en simultáneo, a la burbuja presencial y a la virtual. Las docentes cruzaron miradas y respondieron que no. Era inviable prestarle atención a las dos instancias al mismo tiempo. A casi un mes del inicio de las clases presenciales en la mayor parte del país –y un mes y medio en la Ciudad–, la búsqueda de estrategias para lidiar con la pandemia en las aulas da lugar a escenas tan descabelladas como preocupantes. Con el deseo de que la presencialidad no vuelva a interrumpirse pero ante la duda de hasta dónde se pueden correr los límites de lo posible, las y los docentes hacen malabares para enseñar en tiempos de Covid.
Docente de inglés en niveles primario, secundario y terciario en escuelas del Oeste del Conurbano, Rosito destaca “lo positivo que es definitivamente vernos con los alumnos; todos los docentes tenemos un amor por el aula. Que es irremplazable está fuera de discusión”. Pero, detrás de esa certeza, múltiples dudas. “Es muy difícil. Barbijo, máscara, anteojos en mi caso. La máscara tiene como unos elásticos que aprietan, es incómoda. Se nos empañan los lentes, la máscara. A toda esta incomodidad visual, al enseñar un idioma se suma que necesito que me escuchen bien porque soy el modelo vocal a seguir. Entonces, termino alejándome, sacándome la máscara y bajando el barbijo porque me doy cuenta que no me entienden”, dice a Tiempo.
Las postales de la enseñanza en pandemia incluyen dar clase a un sexto grado con 37 chicos en una capilla devenida aula, para sostener el metro y medio de distancia. “Se convirtió en un lugar horrible. Apilaron los bancos contra las paredes laterales, no hay buena ventilación, el altar se convirtió en pseudoescritorio, tiene poca luz, un pizarrón chiquito. Los últimos, lejos, no escuchan. Nos dan un micrófono, que continuamente golpeo contra la máscara. Se distorsiona la voz y no escucho a los alumnos, no les entiendo. ‘¿Qué? ¿Qué?’ Me da vergüenza a veces seguir preguntándoles qué dijeron”.