Su madre, una empleada de limpieza, nunca pasó de segundo de primaria. Su padre, un policía, no terminó el bachillerato.
Pero Lina Prieto había ganado un lugar en el programa de escritura de la universidad pública más prestigiosa de Colombia. Su meta —escribir la próxima gran novela latinoamericana— se sentía al alcance de la mano.
Durante las dos últimas décadas, millones de jóvenes de Latinoamérica se convirtieron en los primeros de sus familias en ir a la universidad, una expansión histórica que prometía llevar a una generación a la clase profesional y transformar la región.