Cuando una persona sufre un infarto cerebral -por una hemorragia, obstrucción o compresión de un vaso sanguíneo- las células que quedan desprovistas de oxígeno pueden morir.
Dependiendo de la región cerebral afectada, la persona puede perder el habla, algún movimiento y sensibilidad del cuerpo, o tener dificultades para recordar. Esos son los efectos dramáticos de lo que también se conoce como derrame cerebral.
Pero hay otro tipo de accidente cerebrovascular cuyos efectos son menos evidentes y más difíciles de diagnosticar, pues no muestran síntomas inmediatos.
Se le conoce como infarto lacunar o «silencioso», porque afecta regiones más pequeñas y menos funcionales del cerebro, que no se manifiestan igual que un ataque cerebral sintomático, pero que con el tiempo se pueden acumular y tener un impacto significativo a largo plazo en la memoria del paciente.