lunes 25 de septiembre de 2023
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No podemos confiar en los multimillonarios para crear redes sociales seguras

“El troleo más épico de la historia”. Así es como un empleado de Twitter describió la oferta de Elon Musk para comprar la plataforma. También ha sido la manera en que se ha cubierto en gran medida la noticia: la travesura empresarial más reciente en el cada vez mayor culto a la personalidad del multimillonario. Musk, quien se autoproclama un “absolutista de la libertad de expresión” y que ve a Twitter como la “plaza pública de facto”, hizo lo que cualquier multimillonario con complejo de salvador haría: comprar la plaza del pueblo por 44,000 millones de dólares.

Puede que sea un trol, pero el enfoque en el estilo poco convencional de Musk distrae la atención de un problema más urgente: la creciente consolidación de los medios en línea que permiten que un grupo selecto de las personas y compañías más ricas controle el discurso digital.

Con las búsquedas en línea dominadas por Google, y la empresa matriz de Facebook, Meta, adquiriendo las plataformas de redes sociales más grandes del mundo para acumular 3,600 millones de usuarios activos mensuales —casi la mitad del planeta—, el discurso en línea se ha centralizado bajo un puñado de sombrillas corporativas. Peor aún, cada vez más los que moldean esta conversación no solo son un puñado de empresas sino un puñado de personas: según la lista Forbes 400 de 2021, ocho de las 10 personas más ricas de Estados Unidos tienen una participación significativa en los medios en línea o en el acceso del público a ellos. Estas plataformas supuestamente “públicas” se han convertido en plataformas de plutócratas, y su dominio hace que sea difícil evitarlas (de hecho, para poder comentar sobre las repercusiones posiblemente peligrosas de la venta de Twitter, ¡yo misma tuve que recurrir a Twitter!). Como muchas otras personas, estoy tratando de ver más allá del vértigo de la situación y descifrar cuál debe ser el siguiente paso. Porque una cosa está clara: esta consolidación no genera las condiciones necesarias para que prospere la libertad de expresión.

washingtonpost.com  (www.washingtonpost.com)