En 1937, una empresa farmacéutica de Estados Unidos introdujo un nuevo elíxir para el tratamiento de las infecciones de garganta y, sin proponérselo, desencadenó una catástrofe de salud pública. Este producto, mismo que no había sido probado ni en seres humanos ni en animales, contenía un solvente que resultó ser tóxico y fallecieron más de 100 personas.
Al año siguiente, el Congreso aprobó la Ley de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos de Estados Unidos que exigía a las farmacéuticas proporcionar información relacionada con la seguridad a la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) antes de vender los nuevos fármacos, lo cual dio inicio a una era de realización de pruebas de toxicidad en animales.
Es posible que ahora esté dando inicio un nuevo capítulo en el desarrollo de los medicamentos. La Ley de Modernización 2.0 de la FDA, la cual se convirtió en ley el año pasado, les permite a los fabricantes de medicamentos recabar información inicial sobre la seguridad y la eficacia con el uso nuevas herramientas de alta tecnología, como los órganos elaborados mediante bioingeniería, los órganos en chips e incluso los modelos de computadora, en vez del uso de animales vivos. El Congreso también asignó cinco millones de dólares a la FDA para acelerar el desarrollo de alternativas a la experimentación con animales.