Desde el inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania, si hay un Estado aliado en el que Kiev haya podido contar en todo momento, ese ha sido Polonia. El país acoge a más de un millón y medio de refugiados ucranianos, ha sido la voz cantante en la Unión Europea (UE) a la hora de exigir sanciones contra Rusia y, con frecuencia, ha sido el primero en escalar la ayuda militar a su vecino, incluyendo el reciente anuncio de la entrega de aviones de combate. Más de un 75% de la población polaca, según las encuestas del país, respalda este apoyo armamentístico. La frase “no hay una Polonia libre sin una Ucrania libre”, atribuida frecuentemente al padre fundador de Polonia, Jozef Pilsudski, ha sido reiterada desde Varsovia hasta el aburrimiento.
Esta postura le ha otorgado a Polonia cierto liderazgo moral en Bruselas tras años de ser, junto a Hungría, el alumno díscolo de la escuela europea por su erosión de la independencia judicial y la libertad de prensa. Los momentos de zozobra por parte de Alemania y otros Estados de Europa Occidental a la hora de enviar armamento pesado a Kiev siempre han ido acompañados de la crítica de turno polaca. “No nos quedaremos de brazos cruzados viendo cómo Ucrania se desangra hasta morir”, sentenció el primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki, cuando Berlín dudaba si permitir el envío de tanques Leopard a Ucrania.