Sus ideas fueron más allá de las estrellas, hasta el lejano lugar del espacio-tiempo donde comenzó todo.
Desde una silla de ruedas, prisionero de su propio cuerpo, Stephen Hawking, fallecido el miércoles a los 76 años, trató como pocos de llegar con su mente al punto todavía incomprensible en que el universo comenzó a tener sentido.
Durante años, sus postulados teóricos y su posición ante la vida le ganaron la admiración no solo de la comunidad científica mundial, sino de miles de personas que, gracias a él, comprendieron que la física era menos complicada y más apasionante de lo que proponían los aburridos libros escolares.
Pero a lo largo de los años, sus teorías también fueron -y todavía son- sometidas constantemente al cuestionamiento científico.