Cuando Estados Unidos despierte este miércoles, después de un sueño intranquilo, se verá convertido en un país tercermundista, bastante más pobre por la caída de los mercados, y con Donald Trump como presidente electo de un mundo que ya no es tan libre. Y mientras algunos se abalancen a comprar oro y yenes, y otros paquetes de fideos, todos se preguntarán cómo llegamos a esto, como si le hubiese pasado a otro.
Lo fácil sería apelar a la excepción, forzar la estadística, decir que fue una sorpresa, que nadie lo vio venir. ¿Nadie lo vio venir? Muchos predijeron una victoria del magnate republicano. Muchos esta semana; otros meses atrás, como Michael Moore, algunos hasta el año pasado, cuando todavía ni siquiera había empezado a competir en las primarias. Era lógico, de alguna forma, en un año de cisnes negros: el Brexit, el No a la Paz en Colombia, el bajo precio del petróleo y, si nos estiramos unos meses, los atentados terroristas en Francia y los triunfos de Macri y Vidal. Si todos los cisnes son negros, si todo lo nuevo es nuevo, no estamos ante una acumulación de excepciones, sino que llegamos a un nuevo continente y enfrentamos un cambio de paradigma.