El 5 de marzo de 1953 fue un día de invierno inusualmente frío, incluso para Rusia. Tras la puesta de sol, los termómetros bajaron hasta los 18 grados bajo cero. También en Kúntsevo, un suburbio de Moscú, hacía un frío glacial. Allí, en la llamada «dacha cercana», José Stalin, autócrata y dictador del gigantesco país llamado Unión Soviética, tenía su residencia y pasó sus últimos días.
Hacia las 21.50 horas de ese 5 de marzo, los médicos diagnosticaron la muerte de Stalin. Se convocó una comisión especial, se declaró luto nacional, se formaron largas colas ante el Salón de las Columnas, la antigua asamblea nobiliaria, a pesar del frío. Allí, en el centro de Moscú, se veló el cuerpo del «Padre de los Pueblos».
Los dirigentes soviéticos tardaron tres años en distanciarse del «culto a la personalidad de Stalin», en febrero de 1956, y no fue sino hasta la década de 1960 que se expuso públicamente por primera vez lo que realmente era Stalin: un asesino de masas.