Autoconvocados por las redes sociales, inspirados por cuatro años de prédica antipolítica, y antidemocrática del expresidente Bolsonaro durante su mandato y fogoneados por bloggers e influenciadores digitales cultivando fake news contra jueces, líderes progresistas y el pluralismo político, entre 4 y 6 mil radicalizados se alzaron con palos, piedras y machetes (y seguramente alguna arma escondida) para invadir y destruir la infraestructura del Congreso, el Poder Judicial y una parte del Ejecutivo en Brasilia.
Ocurrió este último domingo, una semana después de la asunción de Lula como presidente, por lo tanto, sin la intención de impedir la transferencia del mando y -sí- básicamente como un acto tan puramente expresivo como caótico de repudio contra los poderes y protagonistas institucionales de la democracia brasileña.
Patrocinado por aliados militares, empresariales y religiosos del candidato perdedor en las elecciones de 2022, el movimiento creado con el fin de mantener a Bolsonaro en el centro de la escena pública monopolizando la representación de la extrema derecha y concentrando la oposición al nuevo gobierno del PT acabó protagonizando el acta fundacional de un bolsonarismo sin Bolsonaro.