Hasta ese momento, la sesión extraordinaria del Parlamento había seguido el libreto. Las denuncias por los excesos del presidente y su esposa se multiplicaban orador tras orador.
Una diputada estaba hablando del sufrimiento que pasaban sus electores cuando de repente vimos a un mensajero aproximarse al presidente del Parlamento, Jacob Mudenda.
Le entregó una carta.
Un sacudón de energía se apoderó de la sala. Desde el principio hubo vítores que se anticiparon a lo que se venía.