Novichok (“recién llegado” o “novato”, en ruso) es el nombre con el que se ha bautizado a la cuarta generación de armas químicas supuestamente desarrolladas en la extinta Unión Soviética entre los años setenta y noventa. La detención, este fin de semana, tras aterrizar en Moscú, del disidente Alexéi Navalni, supuestamente envenenado por novichok, ha vuelto a poner de actualidad una sustancia que fue diseñada para no ser detectada por las herramientas disponibles por las fuerzas de la OTAN.
Los novichok son capaces de penetrar en el cuerpo del enemigo independientemente de las medidas de protección existentes en el momento, son seguros de transportar y almacenar, y sus efectos carecen de tratamiento. Además, no estaban incluidos en la Convención de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ). Todo ello los hace especialmente atractivos tanto para fines terroristas como de guerra química, y son calificados por algunos expertos como el grupo de agentes nerviosos más mortales que jamás se han desarrollado.