Sam Altman es el presidente ejecutivo de la empresa que ha desarrollado el producto con el crecimiento más rápido de la historia, ChatGPT. A pesar de ser un logro increíble, ese no es el objetivo principal de OpenAI, su compañía. Su aspiración es la llamada ”inteligencia artificial general”, un sistema que por sí mismo reproduzca y mejore las capacidades de un cerebro humano. Con 38 años, Altman no tiene ya la juventud del clásico fundador tecnológico, pero sí es un producto ideal de Silicon Valley. Su creencia en el poder ilimitado de la tecnología es persistente: “Hemos perdido nuestro sentido colectivo de optimismo sobre el futuro. Todos deberíamos actuar como si recuperarlo fuera un deber. El único modo que conozco para volver a ese optimismo es usar la tecnología para crear abundancia”, dijo en mayo en Toronto. Sin esa abundancia creada por la tecnología no habrá democracia, asegura.
Altman confía tanto en la tecnología que es un mal vendedor de su actual producto estrella. Le parece poco y destaca sus deficiencias igual que sus virtudes. ChatGPT, un programa desarrollado con inteligencia artificial (IA) que da respuestas plausibles a la mayoría de preguntas, es para Altman una tecnología “impresionante, pero no robusta”, según recalcó en una conferencia reciente. “En la primera prueba tienes la reacción de ‘esto es impresionante y está listo’, pero si la usas cien veces, ves sus debilidades”, explicó. Es como un Quijote, pero cuyos molinos tienen ya alguna pared sólida, no son solo ensoñaciones. El emprendedor equipara su plan para alcanzar la IA general al “proyecto Manhattan”, que dirigió Robert Oppenheimer para construir la bomba atómica. Como le gusta destacar a Altman, nació el mismo día que Oppenheimer, un 22 de abril.