El nombre Santiago Maratea cursa la vida pública seguido de una estela de variaciones. Es obra de los ingeniosos animadores de las redes, capos enmascarados ya sin huellas en los pulgares que se animan sin miedo al ejercicio de la violencia remota. Allí van las afrentas: Santiago Manotea, Santiago Cajonea, Santiago Mexicanea, Santiago Falopea, Santiago Bolsiquea, etcétera.
Pero las plataformas de sostén o hundimiento de figuras públicas implantadas en los canales de noticias para públicos otoñales no dudan del sentido de sus intervenciones, y apuntalan desde los cuatro puntos cardinales (que como dijo Huidobro son tres: el norte y el sur) al donante donatario.
Es un proceso de apoyo y protección incondicional a su figura por medio de una cantidad incontable de recursos, y tiene por misión encuadrar y rescatar la actividad candidateable de Maratea como el no va más del punto en el que se encuentran la buena fe, el bien común y la transparencia en el franeleo de dineros: la política en estado extático de utopía realizada.