En la tierra arrasada de la pantalla abierta, donde el 80 por ciento de los programas no superan los seis puntos de rating, el reality se despidió con un promedio de más de 20 puntos, convertido en el ciclo más visto de los últimos nueve años; ¿una golondrina no hace verano? los programadores de la TV esperan aprender de las lecciones de la creación de John de Mol
“¡Acá está la verdad, país!”, gritó Santiago del Moro segundos antes de anunciar que Marcos Ginocchio se convertiría en el ganador de Gran Hermano 2023 con el 70,83% de los votos. En ese momento, pasada la medianoche, la pantalla de Telefe marcaba 28 puntos de rating habiendo llegado previamente a una marca máxima de 30,9. Números de otras épocas que calentaron el gélido panorama de la TV abierta, en la que el 80% de los programas mide por debajo de los seis puntos de rating.
Cuando John de Mol empezó a pensar en 1997 lo que sería luego Gran Hermano, nunca imaginó que el reality se adaptaría en más de 70 países e iniciaría un nuevo género: la telerrealidad. El 16 de septiembre de 1999, en Holanda, un grupo de personas anónimas empezaron a convivir en una casa bajo la atenta mirada de decenas de cámaras. Por primera vez, quienes estaban en la pantalla no eran famosos, ni cantantes, ni actores y de un día para el otro, la TV comenzó a ser dominio de los ignotos. El reality marcó un antes y un después en la manera de consumir TV.