El levantamiento militar fallido del 30 de abril en Venezuela es el último capítulo de una lenta progresión hacia la catástrofe. La situación en la nación caribeña y andina tiene implicaciones significativas a nivel internacional, que incluso llegan más allá de América Latina.
Rusia se ha convertido en un jugador decisivo en este drama. Venezuela estaba en la agenda cuando el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, se reunió con su contraparte rusa —primero en Helsinki, a inicios de mayo, y posteriormente en Sochi, esta semana—. El 3 de mayo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también habló de Venezuela con el mandatario de Rusia, Vladimir Putin. Nada concreto parece haber salido de esas conversaciones. Pero dos cosas están claras: ambos gobiernos tienen diferencias considerables respecto al tema y Rusia ha confirmado lo mucho que Venezuela le importa a Estados Unidos.
En abril, los rusos enviaron aproximadamente a cien asesores militares privados a Caracas. Han continuado con la venta de armas al gobierno de Nicolás Maduro y lo defendieron ante las Naciones Unidas. Sus amigos en Cuba han estado involucrados en Venezuela durante años, pero ahora están jugando un papel mucho más importante que antes, probablemente alentados por Rusia.