El 20 de enero de 2023, los ministros de Defensa de los 50 países que animan la guerra de Ucrania calibraban la eficacia de métodos y recursos para cumplir el cometido común que los había reunido a Ramstein, al sur de Alemania. En esta base de su Aeronáutica de Guerra que EEUU ocupa desde 1953, los equipos interdisciplinarios de las grandes potencias y de sus aliados militares cooperaron sin descanso para que en primavera la nueva ofensiva contra Rusia resulte más mortífera que las anteriores. Llegaron al consenso de que el despliegue contra las Fuerzas rusas de suficientes tanques que fueran a la vez plataformas rodantes de modernas baterías artilleras probaría hoy una superior utilidad como instrumento servicial para abrir las heridas más hondas y hacer brotar las hemorragias más irrestañables. Los detuvo el disenso sobre cómo, cuándo, quién haría las primeras entregas de blindados a las Fuerzas ucranianas. Los apura el consenso de la urgencia de acordar, y proporcionar, esa ventaja definitiva que conduzca al Ejército ucraniano hasta ese triunfo en una batalla decisiva que sea idóneo para imprimir un giro favorable y duradero al curso de la guerra. Kiev busca, y pide a Occidente, más y mejores armas ofensivas; Moscú rebusca, dentro de la Federación Rusia tropa fresca para el frente ucraniano, y pide soldados voluntarios, conscriptos, y profesionales a Serbia y a Bielorrusia.