El sueño de ser Fernando Henrique Cardoso le está costando a Sergio Massa más de lo que suponía. Es decir: el proyecto de ser el ministro que, gracias a haber derrotado a la inflación, se convierte en el próximo presidente, deberá ser puesto entre paréntesis. La economía tuvo otras ideas: la carrera enloquecida de los precios llegó a una marca de 6,6% mensual, proyectando una tasa del 102,5% anual. No es el único infortunio de Massa en estos días.También su gestión energética está desafiada por el fastidio de los usuarios ante los cortes de luz. Más el doloroso linchamiento al que lo sometieron el Fondo Monetario Internacional y La Cámpora por la aprobación de otra irresponsable moratoria previsional. Y todavía no se hicieron sentir todas las consecuencias de la escasez de dólares. Un vía crucis que transitan todos los sectores productivos, empezando por el de los hidrocarburos. Massa paga el precio de un estilo: cuando llegó al cargo se propuso ser, en los hechos, el presidente. Ahora debe absorber los costos de los desaguisados del Gobierno, mientras Alberto Fernández disfruta de su providencial hernia lumbar. Su destino está lejos de Cardoso. Se parece más al radical Juan Carlos Pugliese, que dejó la Cámara de Diputados para salvar del incendio al Palacio de Hacienda. Pugliese dejó su sillón a Leopoldo Moreau. Massa, a Cecilia, la hija de Moreau. La historia rima.
De todo lo que el ministro pensaba poner en marcha, sólo está funcionando una multifacética maquinaria de negocios que se realizan a su amparo. Esta marcha empantanada excede la dimensión de una biografía. Un conjunto de expertos en mercados regulados y de sindicalistas moderados se pregunta en estas horas si habrá una alternativa a la cual prestar apoyo. La peripecia del Frente de Todos también se ve alterada. Esa coalición podía aspirar a que una candidatura de Massa la rescatara de la fractura. Por eso la devaluación del ministro es otro factor que impulsa al oficialismo hacia la dispersión.