En una aldea desierta al norte de Donetsk, un grupo de voluntarios se dispone a llevar a cabo la dura tarea de sacar de un sótano situado junto a una casa destruida los cadáveres putrefactos de dos hombres rusos.
Se presume que los dos rusos, que vestían uniformes de verano, fueron dejados allí por sus compañeros de combate. El pueblo de Krasnopillia no está lejos de la ciudad de Izium, que pasó varias veces de manos ucranianas a rusas antes de que las fuerzas ucranianas la recuperaran en septiembre. Los dos cadáveres están tan descompuestos que apenas desprenden olor y solo pueden ser reconocidos por sus chapas de identificación.
El objetivo es recolectar cadáveres rusos para intercambiarlos por ucranianos, ya que un soldado no puede ser declarado muerto por el Estado hasta que haya un cadáver. Sin embargo, el proceso de extracción es extremadamente arriesgado. Así como gran parte de las zonas desocupadas, Krasnopillia está sembrada de minas. Rusia ha estado utilizando sistemas de minado a distancia que esparcen minúsculas minas desde el aire. Asimismo, en varias ocasiones las tropas rusas dejaron trampas explosivas en casas y cadáveres antes de emprender su retirada.