En la elección de sus objetos de estudio Rogelio García Lupo ha dejado una indicación: qué mirar.
Esos objetos, en realidad, han sido las obsesiones del tiempo en el que vivió y actuó. Los militares: sus logias, sus fracciones, sus nacionalistas y sus cipayos. Las trasnacionales, especialmente las anglosajonas de origen. Las élites económicas locales: las familias patricias, los arribistas y ciertos nombres propios como los Krieger Vassena, los Alsogaray. La diplomacia, la presión extranjera, el espionaje, la CIA y el Pentágono. Los grandes apellidos de la historia: los Perón, los Castro, los Guevara. Y, más acá en el tiempo, los negocios de las armas, el lavado del dinero, las mafias.
Esa elección implica, también, una sugerencia: nunca los eslabones débiles, ni los blancos fáciles.
Conocemos parte del método de García Lupo. La lectura concienzuda de todos los diarios todos los días, el recorte y la clasificación de los artículos. También sus fetiches transmitidos a generaciones, como las necrológicas de La Nación, la revisión paciente y diaria del Boletín Oficial y los documentos de constitución de las empresas. Con cada uno de esos papeles armó su formidable archivo personal. Le permitió, entre otras cosas, irse del mundo sin googlear y confiar en sus tijeras, sobres y cajas. Es la diferencia entre los algoritmos de uso masivo y la cabeza propia para armar un catálogo.