Durante un discurso en una academia militar en una época en que el precio de un solo bitcoin era de alrededor de 60.000 dólares, me preguntaron —como nos ocurre con frecuencia a los profesores de finanzas— qué opinaba sobre las criptomonedas. En vez de responder con mi escepticismo usual, decidí hacer una encuesta entre los estudiantes. Resultó que más de la mitad de los asistentes habían realizado operaciones con criptomonedas, en general financiadas con préstamos.
Quedé perplejo. ¿Cómo era posible que este grupo de jóvenes invirtiera tiempo y energía en algo así? Y esos estudiantes no eran los únicos. El interés en las criptomonedas ha sido más pronunciado entre los integrantes de la generación Z y los millennials. En los últimos 15 años, estos grupos se convirtieron en inversionistas a una tasa nunca antes vista, y con expectativas demasiado optimistas.
He llegado a ver a las criptomonedas no solo como activos exóticos, sino como la manifestación de un pensamiento mágico que ha infectado a parte de la generación que creció tras la Gran Recesión y, de manera más amplia, al capitalismo estadounidense.