En estos últimos años asistimos a una «gran confusión bajo el cielo», como se supone que dijo el alguna vez Mao Zedong. Y por ello, según el líder comunista chino, la situación era «excelente» y los tiempos «interesantes». Y si es por confusión, los nuestros deberían ser, en efecto, muy interesantes.
Asistimos hoy a un peculiar choque de trenes en las percepciones sobre quién «controla» el mundo. Para el progresismo, la extrema derecha es el nuevo fantasma que recorre el planeta: una «derecha antiderechos» frena los avances en los derechos civiles (sobre todo para mujeres y colectivos LGTBI); las imágenes de diferentes grupos ultras recorren las redes sociales; se pide mayores penalizaciones, incluso legales, de los «discursos de odio»; se presume que la derecha tiene mucha más capacidad comunicacional que la izquierda…. Mientras tanto, para las nuevas derechas radicales, es el progresismo el que tendría la sartén por el mango y controlaría gobiernos, medios, universidades, organismos multilaterales y hasta las grandes empresas. Desde esos espacios, se habría puesto en pie una nueva matrix, una dictadura de la corrección política y el dominio de unas nuevas elites progresistas (woke) contra la mayoría de la gente común. En este marco, un influencer de derecha «sin complejos» como el argentino Agustín Laje, con gran predicamento en América Latina, puede escribir un libro con aspiración a best-seller titulado Generación idiota: Una crítica al adolescentrismo y presentarlo en diversos países de la región y en Estados Unidos como un libro de resistencia a la hegemonía progresista. Y, sin duda, esta sensación de que es el «enemigo» el que controla corazones y mentes, genera fuertes dosis de zozobra en los diferentes espacios político-ideológicos. Una especie de política sostenida en un juego de espejos en la que a menudo se combaten más «hombres de paja» que fuerzas políticas reales, lo que debilita enormemente el debate político racional y termina por construir realidades paralelas, «alternativas».
El caso latinoamericano no escapa a esta situación. Así, mientras las izquierdas muestran gran capacidad para ganar las elecciones, pero menos para plasmar sus proyectos, y se enfrentan a dificultades de todo tipo que amenazan con desmoralizar a parte de sus seguidores, el diputado paleolibertario argentino Javier Milei y el ex-presidente de Brasil Jair Messias Bolsonaro hablaron en estos días de una estrategia común para enfrentar a la izquierda y una «Unión Soviética latinoamericana» en ciernes, impulsada por… el Grupo de Puebla (un espacio con escasísima incidencia real). Desde la izquierda, a veces se sobre dimensiona también al campo enemigo: así se suele inflar la influencia de iniciativas como la de la Iberosfera o la «Carta de Madrid» impulsadas por Vox, como si esas redes bastante informales incidieran realmente en las capacidades locales de las extremas derechas. A menudo es al revés: Milei es invitado a los mítines de Vox porque el economista libertario ya había logrado algunos éxitos políticos previos y buscan mostrarlo entre su público, para ilustrar los avances globales en las luchas «antiglobalistas» y antiprogresistas.