Se les pueden llamar tres actos clásicos, camino del héroe, guión prefabricado, arquetipos… Hay muchas formas de referirse a esos marcos narrativos por los que discurren la inmensa mayoría de nuestras historias, desde el último blockbuster al primer cuento que un cavernícola le debió contar a sus semejantes al calor de una hoguera. Los literatos de todas las épocas llevan milenios analizando y precisando esos patrones universales de las historias que nos emocionan, de esos circuitos inherentes a nuestra forma de entender el mito de los que no podemos desprendernos.
Hoy nos referiremos al escritor de ciencia ficción Kurt Vonnegut y a la Inteligencia Emocional creada por los estudiosos de la Universidad de Vermont en Burlington, Estados Unidos. Ambas fuentes tienen algo en común: han defendido que todas las historias jamás contadas siguen las mismas curvas emocionales. Entre ocho y cuatro, en concreto. Vonnegut creó en los años 90 una tesis completa respaldando su teoría, y creía que los ordenadores del futuro serían capaces de poner negro sobre blanco todas aquellas “sencillas” y “preciosas” líneas emocionales narrativas.