Los directores de los museos afirman que no es fácil detener a un manifestante decidido a expresar una protesta contra el cambio climático, aunque teman por sus obras maestras.
Para Hans-Peter Wipplinger, el director del Museo Leopold, las últimas semanas han sido complejas. Conforme los activistas ambientales en toda Europa han intensificado sus ataques contra el arte, Wipplinger tomó medidas para proteger su renombrada colección, que incluye famosos cuadros de Gustav Klimt y Egon Schiele. Se prohibieron las bolsas y los abrigos. El museo contrató guardias adicionales para patrullar sus cinco pisos.
No funcionó. A mediados de este mes, miembros de un grupo llamado Last Generation entró al museo y echó un líquido negro a una de las obras principales de Klimt, “Muerte y Vida”. Un manifestante había metido a escondidas el líquido en un termo amarrado a su pecho, afirmó Wipplinger.
El Klimt, protegido por un cristal, no se dañó. Pero Wipplinger dijo que su equipo de seguridad solo hubiera podido detener el ataque sometiendo a sus visitantes a registros corporales invasivos, “como en el aeropuerto”. No quería ni considerar esa posibilidad, subrayó.