viernes 19 de abril de 2024
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«Gelman. Un poeta y su vida», de Hernán Fontanet

En este libro, Hernán Fontanet, experto en literatura latinoamericana, recorre y analiza la vida y obra de Juan Gelman, fallecido el año pasado a los 83 años. 

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Mil páginas de exilio

Para Juan Gelman, el vaivén de presencias y ausencias —que se refuerza con tantos años fuera de la patria— no solo forma parte del propio juego de la escritura, sino que también define sus condiciones de producción. Como muchos de los intelectuales comprometidos de su época, Gelman tiene que abandonar el país de manera abrupta. Siendo miembro activo de la agrupación Montoneros, la conducción considera que, en las condiciones políticas que siguieron a la muerte de Perón, Gelman sería de mayor utilidad a la causa estando fuera del país. Es así como se decide su traslado.

El encargado de comunicarle la noticia es Paco Urondo. Ambos comparten una casa clandestina en el barrio de Constitución. Una tarde, al regresar, Gelman abre la puerta y se encuentra a Urondo, quien al verlo hace inmediatamente el gesto del pulgar derecho hacia abajo, como hacían los emperadores romanos. La decisión está tomada.

Por tal motivo, y después de reiteradas amenazas de muerte por parte de la Triple A, en abril de 1975, en pleno gobierno de Isabel Martínez de Perón, el poeta debe abandonar el país en dirección a Roma.

Aquello que en un comienzo parecía un exilio transitorio, se convierte en un alejamiento de trece años. El exilio es el espacio que determina —podría decir que de manera definitiva— una de las coordenadas de su poética, de su modo de ver y decir.

Apenas llegado a Italia, trabaja en la agencia de noticias Inter Press Service, a cargo de la dirección de la red de corresponsales latinoamericanos. Con el correr de los años, alterna su actividad periodística con trabajos de traducción. Durante la década de los ochenta, se desempeña como traductor en Naciones Unidas, después de un arduo concurso en el que obtiene el segundo lugar entre más de trescientos postulantes. Trabaja para los diferentes organismos de la institución, tales como la Unesco y la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura).

Entre sus primeras tareas políticas en Roma, Gelman gestiona la que sería la primera declaración pública de repudio contra la dictadura argentina firmada por jefes de gobierno. La solicitada se publica en el periódico francés Le Monde con las firmas, entre otros, de François Mitterrand, Olof Palme, el canciller austríaco Bruno Kreisky, Willy Brandt, el primer ministro danés Anker Henrik Jørgensen, el jurista italiano Francesco De Martino, Mario Soares y el laborista británico Ron Hayward.

Gelman recuerda detalles de una anécdota con el primer ministro austríaco Bruno Kreisky cuando se reúne para solicitarle su colaboración: “El encargado de las relaciones exteriores de los socialdemócratas me citó en la sede del partido, del que Kreisky era secretario general. Kreisky leyó la declaración y me dijo que no podía firmarla porque, dada su investidura, infringiría principios internacionales. Le dije que no le pedía la firma como primer ministro, sino como líder del partido. Él se rió y dijo: ‘Pero, señor Gelman, por favor’. Le dije: ‘Está bien, señor primer ministro, sólo le quiero recordar lo que pasó con Léon Blum y la guerra civil española’. Me levanté, me llevé el impermeable que había colgado en una percha y con una bronca bárbara llamé el ascensor. Detrás de mí salió corriendo el responsable de las relaciones exteriores del partido y me dijo: ‘Kreisky va a firmar’”.

La referencia de Gelman es oportuna y particularmente irritante, ya que Blum, como primer ministro de Francia, declara en 1936 la neutralidad de su país frente al conflicto que afecta a España, es decir, el levantamiento anticonstitucional de las tropas franquistas que da inicio a la guerra civil española. Con esta medida, la Segunda República española queda aislada en su península sin salida ni ayuda alguna desde Francia. Ese recuerdo doloroso moviliza indudablemente a Kreisky.

El peregrinaje de Gelman incluye residencias en más de veinte ciudades de al menos ocho países diferentes. Además de Italia, Gelman vive en España, Francia, Suiza, Nicaragua, Estados Unidos, Argentina y, finalmente, México.

Con el triunfo de la revolución nicaragüense en 1979, Gelman se establece en Managua y comienza a colaborar en la recientemente fundada agencia de noticias Nueva Nicaragua, dependiente del gobierno sandinista. Son tiempos de insurgencia en Centroamérica y apoya en forma decidida la Revolución sandinista y la lucha del Frente de Liberación Farabundo Martí de El Salvador. En el extenso poema “Crónicas” reseña la historia del Pulgarcito de América y concluye: los salvadoreños están hablando con la eternidad/ suben al cielo y escriben “abajo la desdicha”/ cosen su corazón a las campanas/ para volar/ volar/.

 

Las dificultades de escribir desde el exilio

Durante los primeros cinco años de su largo período de exilio, Gelman no puede volver a escribir. Son varias las circunstancias que se lo impiden. A pesar de que el poeta, una vez exiliado, deja de estar asediado por las amenazas y el riesgo cierto de la muerte, las nuevas circunstancias le resultan absolutamente desconcertantes: la lengua es distinta, su rutina y actividad política se ven trastocadas, su familia y amigos ya no están presentes, así como tampoco puede apelar a los códigos compartidos con su público y sus compatriotas. Una nota de Ana Laura Pérez, publicada en Clarín, destaca lo que el poeta escribía en Roma en mayo de 1980: “El exilio es una vaca que puede dar leche envenenada, al menos algunos parecen alimentados así […] La necesidad de autodestruirse y la necesidad de sobrevivir pelean entre sí como dos hermanos vueltos locos”.

Entre las numerosas anécdotas que el poeta recuerda de sus primeros años en Roma, hay una que pinta a la perfección el estado de confusión generalizada en que vive el exiliado durante los primeros años. En el siguiente recuerdo se mezclan el humor negro y un análisis irónico de su propia desdicha: “… un domingo, en Roma, a las tres de la tarde, voy a visitar a un amigo y paso por el Coliseo, que se parece a la cancha de River, sólo que es más chiquito… El asunto es que era domingo, verano, y mucha gente lo visitaba; estaban los vendedores de helados, de globos, los pibes, todo eso, y de repente oigo ese pito y me dije: ‘empezó el partido…’, pero resulta que era el pito del guardián que estaba echando a unos pibes que corrían por las ruinas del centro”.

Además de habituarse a este nuevo entorno, Gelman tiene que lidiar con un problema que, en su caso, es vital: el tema de la lengua. Al principio, el idioma italiano parece generarle un “ruido” que le impide sentirse inspirado como sí le sucede con el castellano. En una entrevista publicada en La Maga, Gelman dice: “El idioma italiano es muy dulce, es muy suave, tiene muchos vericuetos para acostarse y descansar… Por mi trabajo, sentía todo el santo tiempo el italiano en la oreja, y esto me jodía porque la carga de mis obsesiones, de lo que yo quería expresar tenía más de furia que descanso”. Con el objeto de contrarrestar el cepo lingüístico, Gelman comienza a escribir una serie de sonetos en lunfardo romano de tono pornográfico: “Los muchachos de la agencia donde yo laburaba se morían de risa. Había inventado un personaje, el Nono, que decía las cosas más terribles”.

Otra de las dificultades de escribir en el exilio tiene relación con las características mismas de la escritura. Un exiliado está alejado de su público, de su gente, de los lugares que solía frecuentar, de las palabras y experiencias que conforman la materia prima de su oficio. Para el escritor exiliado, esto supone una gran dificultad, pues su medio de vida, su manera de relacionarse con el resto del cuerpo social es a través de la escritura. Si todo eso no puede ser compartido, es muy difícil escribir. Como ejemplo basta observar la gran cantidad de escritores que han decidido dejar definitivamente de escribir, incluso después del exilio. De los cuarenta escritores argentinos exiliados en México, por citar solo un ejemplo, apenas once llegaron a publicar algún libro en el exilio. Gelman trae a colación un recuerdo de Leopoldo Marechal: “Me decía Marechal que cuando se iba del país no podía escribir, pues necesitaba estar entre su gente, oírlos hablar para poder seguir escribiendo. Esto parece ser una fórmula bastante general, pero no veo por qué tiene que ser la de todo el mundo. En mi caso personal eso es una situación que influye, y más en la poesía, que la materia prima es la palabra, el habla del pueblo que es el que crea todos los idiomas. Pero, repito, que ese es el resultado de una cuestión personal”.

Otro de los obstáculos que interpone el exilio a la continuidad de la práctica literaria tiene relación con la esencia misma de la escritura como hecho de lenguaje altamente especializado, con sobreentendidos, guiños y suposiciones. El escritor construye su obra en función de un público absolutamente de# nido que el exilio pone a una distancia que puede ser irreparable, lo que provoca la “sequía”, “contaminación” o directamente la interrupción de la obra. El corte, en estos casos, hace doblemente difícil la situación. El autor no solo se encuentra impedido de estar en su país con su gente, sino que tampoco puede desarrollar el trabajo para el que se ha formado y a través del cual expresa gran parte de sus preocupaciones y anhelos.

La obra pierde su continuidad. Intentar proseguirla fuera del ámbito en la que fue pensada y sentida no solo no es tarea fácil, sino que a veces se convierte en imposible, pues el referente es otro, por lo que también queda afectada su extensión.

Las experiencias que el exiliado va adquiriendo lejos de su país de origen son diferentes a las que van incorporando aquellos que se quedaron. Cada acontecimiento político, histórico, social y cultural que sucede en su país de origen no pude ser vivido por el exiliado de la misma manera que quienes están en el lugar de los hechos. Se produce, por lo tanto, como una especie de alejamiento bilateral que va ensanchando la brecha de la incomunicación entre los que se fueron y los que se quedaron. Con lo cual, cada año de separación, la brecha experiencial es mayor. Paul Illie, estudioso del exilio franquista, lo analiza de la siguiente manera: “… los residentes (se refiere a los que no se exiliaron) desarrollarían unas formas cognoscitivas en condiciones sociales ampliamente disociadas de las realidades de la emigración”. Quizás por ello, después de trece años de vivir separado de su país, Gelman no pueda volver a vivir en la Argentina: ni la Argentina es la misma que fue trece años atrás, ni él es el mismo después de tanto exilio y soledad.

Gelman parece llegar a la conclusión de que, si bien la poesía no cambia el mundo, el mundo tampoco es capaz de silenciar la poesía. Con lo que, con esta mutua imposibilidad tampoco debería haber silencio. Mientras la poesía trabaje con núcleos temáticos marginales que den cuenta de la tragedia del vivir, estos corpus significativos adquirirán visibilidad, aunque ello no significa que demasiado o no cambie sustancialmente la vida de nadie.

Theodor Adorno, en La educación después de Auschwitz, considera una tarea imposible escribir bien cuando se habla de Auschwitz. La idea nace de un presupuesto: el horror no puede ser descripto, ni ser tema poético. Sin embargo, en el discurso del Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe el 26 de noviembre de 2000, Gelman se permite disentir.

Theodor Adorno pronunció alguna vez una frase infeliz: afirmó que no era posible escribir poesía después de Auschwitz. Se equivocaba y ahí está la obra de Paul Celan que lo desmiente. O la de Kenzaburo Oé, después de Hiroshima y Nagasaki. Durante años pensé que el error de Adorno consistía en una omisión, que le faltó un “como antes”, que no se podía escribir poesía como antes de Auschwitz, como antes de Hiroshima y Nagasaki, como antes del genocidio argentino.

 

Huellas del exilio en su obra

Una vez atravesada esta primera etapa de sequía literaria, que se extiende por cinco años, Gelman comienza a recuperar el tiempo perdido y a escribir desenfrenadamente. A partir de 1979 y hasta el final de los ocho años de exilio que todavía le quedan, publica los siguientes catorce poemarios: Hechos, Comentarios, Citas, Notas, Carta abierta, Si dulcemente, Bajo la lluvia ajena, Hacia el sur, La junta luz, Eso, Com/posiciones, Dibaxu, Anunciaciones y Carta a mi madre.

En este retorno a la palabra, hallamos la continuidad de su lucha. Regresar a la poesía no es para Gelman un acto de conciliación, ni de aceptación de la nueva situación, sino de firme resistencia. La producción de esta etapa retrata los cambios profundos que se producen en su vida, la soledad, el exilio, la militancia, el dolor y el amor. Con el objeto de reconocer las huellas del exilio en sus poesías, a continuación recorreremos cinco de sus poemarios más importantes de la época: Hechos, Citas, Notas, Hacia el sur y Anunciaciones.

Hechos, el noveno poemario de Gelman, es el primer libro que se termina de escribir en el exilio, en 1978, y que da cuenta de su salida de la patria. En este primer libro exiliar, se pone en evidencia y sin disfraces la decepción y la pérdida. Aparecen voces de la derrota, pero ya no de habitantes de lejanos puntos del planeta, como propone en su libro anterior, Relaciones, sino voces de su propio círculo íntimo, como Haroldo Conti (“haroldo triste”), Dardo Dorronzoro (“dardo fusilado”), Francisco “Paco” Urondo (“no está paquito”), Mario Lorenzo Koncurat, conocido como “El Jote” (“el jote de ojos altos”), Rodolfo Walsh y muchos otros. También hay lugar para militantes no tan conocidos. Gelman menciona muchos otros nombres, como el de “marcos”, “diana”, “quique”, “la cabezona”, “huaqui”, “miguel”, “roque”, “el pata”, “gaby”, “pedro”, “antonio”, todos textualmente incluidos en el poema “Ausencias”, que ya desde su título constata indudablemente esta privación:

no está paquito/hijo de la memoria/y no está marcos el de la lengua llena de asombros/y tampoco diana diáfana desamparada/ni el quique marrón/la frágil cabezona/el suave huaqui de & erro/ni haroldo triste/ ni dardo fusilado/ni miguel que clavaba la noche con ojos de gato/ni roque en su chaleco general/ni el pata loca/ni gaby que tenía una luz en la cara/se fueron pedro/antonio el de la mesa con dios/el jote de ojos altos/combatiendo…

El clima de terror que se vive en la Argentina, y que no parece tener fin, lo lleva a escribir un poema en el que imagina incluso su propia muerte. “Muertes” —probablemente el segundo poema que escribe en el exilio— conjetura cómo sería su manera de morir, objetivo de las tres organizaciones que lo condenan a muerte (la Junta Militar, la organización paramilitar Triple A y los propios Montoneros): no quiero ver nunca más a esa muerte… especialmente el día de mi muerte.

El momento vivido es trascendente y marca un cambio en la poética del autor. Como veremos en sus obras posteriores, se inicia con este poemario una insistente acentuación del tema luctuoso. Si los poemas anteriores se preguntaban acerca del amor, la poesía y la revolución, a partir de esta instancia trágica —donde todo lo perdido ocupa el primer plano—, la muerte adquirirá un peso específico y único.

Con Hechos se inaugura un cambio en el trabajo formal de Gelman, que se refleja a través de lo que se denomina “cesura”, es decir, ese continuo uso de barras oblicuas en los versos, que provocan un quiebre en la cadencia de la frase, una lectura fracturada, períodos rítmicos entrecortados. Gelman parece alcanzar aquello que Lezama Lima admiraba en un escritor: la capacidad para destruir y recrear el lenguaje al mismo tiempo que la propia vida. “Descansos”, la poesía homenaje a Paco Urondo, es uno de los textos que pone en evidencia esta estrategia de inacabamiento e interrupción:

¿bajo qué árbol/sobre qué árbol/alrededor
de qué árbol/francisco urondo asoma/

Ante la no fácil tarea de tematizar el horror, aparecen esas barras que son brechas donde se instala lo que ha quedado del otro lado del Atlántico: los compañeros y las ilusiones perdidas. Estas cesuras inesperadas parecen ser las primeras “interrupciones” que señalan que los cortes son abruptos e inesperados, tanto como el exilio y la muerte.

Citas, el undécimo libro de Gelman, se escribe en Roma entre noviembre y diciembre de 1979. Los poemas, que remiten en exclusividad a textos de Santa Teresa de Jesús, continúan los escritos espirituales y místicos de Comentarios, su poemario anterior.

El eje temático principal aparece ya en la dedicatoria del libro: “A mi país”. Un país que aparece lejano y al que el poeta no puede nombrar: resulta sugestivo que no aparezca referencia alguna a lugares concretos de la geografía argentina. Como si el poeta no pudiera nombrar justamente aquello de lo que se necesita hablar.

Hay varios recursos formales que aparecen especialmente presentes en estos poemas de exilio. El primero de ellos es el que denominamos “neologismo antitético”. La idea de Gelman es crear nuevas palabras a través de la unión de palabras de significación opuesta: “solombra”, “vosmí”, “muerevida”, etcétera.

También se recurre a series de preguntas retóricas que aluden a respuestas a veces imposibles: alma que me llevás/¿a dónde va?/¿va?/.

Otros recursos que se incluyen de modo recurrente son los adjetivos y sustantivos con su género y número cambiados. También aparecen verbos asociados a sustantivos inesperados: me dejás dejádome, sangre que me sangrás, goce de este gozo.

Finalmente, Gelman parece jugar con las imposibilidades de escribir en castellano en Roma, donde se encuentra, y decide crear lo que se conoce como “paronomasia”, es decir, el recurso que pone vocablos de sonido semejante, pero significado diferente, muy cerca unos de otros, generando así una rara toxicidad en el plano sonoro: ama mía/ es decir rama que me amás. Citas es un texto de mil caras en el que la repetición es el recurso privilegiado y que ya se muestra desde el título mismo.

En Notas, el duodécimo poemario de Gelman, que escribe entre agosto y octubre de 1979, aparecen estructuras paralelas con la conjunción copulativa “ni”, un recurso que no hace más que promover la puesta en escena de la exclusión y el exilio: … ni corazón ni nada// ni la palabra nada// ni la palabra corazón/.

Además, se escriben versos con significados que parecerían intercambiables, como si Gelman quisiera homologar términos que en un primer momento no se conciben como semejantes: alma, furia y tristeza: la furia que persigue al alma// la tristeza que persigue a la furia// la muerte que persigue a la tristeza.

En cuanto a los modos de expresar la interrupción que significa el exilio, Gelman promueve, al igual que en Hechos, el uso extensivo de versos con barras oblicuas. En muchos casos el primer verso de una determinada estrofa resulta ser una subordinada del último verso de la estrofa anterior. De esta manera parecería desa# arse el orden habitual de la lectura: … por un campo de compañeros rotos/ que no los mojará el atardecer… por & n quietos/sin miedo/ a la muerte/ muertos.

En Hacia el sur, el decimosexto poemario de Gelman, escrito entre 1981 y 1982, alguno de los recursos utilizados parecerían dar cuenta de la perplejidad creciente en la que vive el exiliado, valiéndose, en primer lugar, de recursos como el uso de metáforas inusuales: su amor es un peine que pasa peinando por aquí/ o hay un ojo de fuego sentado en mi mesa.

En segundo lugar, aparecen conceptos que cambian las definiciones tradicionales, por ejemplo, de los ángeles celestiales: los ángeles empezaron a rascarse furiosamente/ con pezuñas que les crecían. Otros ejemplos se dan en el mundo animal, donde aparecen un perro amarillo y varios tigres suaves.

En tercer lugar, le sigue la ruptura de un tono monocorde y conciliador frente a la realidad de exilio y proscripción: voy a quemar esta tristeza en la tarde/ como parva para espantar los siglos/.

Asimismo, es muy fuerte la presencia de la desilusión frente al mundo hostil y ajeno del exilio: ¿por qué tristeás/ manita?/¿por qué en lo oscuro crepitás sin dejarme dormir?… ¿por qué llovés/mano.

El autor hace una denuncia permanente del horror de las acciones de la dictadura. Lo hace de manera explícita y también apelando a una serie de recursos formales.

En otro momento poético se hace uso de una ironía ácida y tierna al mismo tiempo, que pone en escena el drama de la escritura y la reescritura exiliar: cuando jean (hans) arp (arpa) cuando hans arpa murió… dado que juancho arpa ha muerto. El juego de palabras alude al poeta alemán Hans Arp, uno de los fundadores del grupo dadá.

Por último, se presentan imágenes contrapuestas, dando la sensación de caos y descontrol. De este modo aparecen ángeles junto a fantasmas, tortura junto a esperanza, cuerpo y alma, belleza y locura, sol y luna, dictadura y revolución, gozo y temor, derecha e izquierda, cielo e infierno y, finalmente, sueños y muerte.

El hermetismo de Anunciaciones, su vigesimoprimer libro, escrito en 1985, cuando Gelman aún se encuentra exiliado, se manifiesta a través de la complejidad de algunos recursos que Gelman ya venía utilizando en textos anteriores. De esta manera, encontramos transgresiones ortográficas en verbos conjugados (“rompidas”, “escribido”), así como construcciones semánticas insólitas (¡lujosa de odio y soledad!, ¡cerraste lo gorrión con tus alejaciones!) como una manera de postular que, si bien la poesía es la herramienta mediante la cual se reflexiona en torno a hechos concretos de la realidad, también es cierto que es autónoma y que se conduce con lógicas y reglas propias.

 

Gelman
La vida y la obra de Juan Gelman, uno de los mayores poetas latinoamericanos del siglo XX.
Publicada por: Aguilar
Fecha de publicación: 10/01/2015
Edición: 1a
ISBN: 9789877351095
Disponible en: Libro de bolsillo
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