miércoles 19 de marzo de 2025
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Partícipe necesario

Se denomina así a una persona que contribuye a la comisión de un delito, sin la cual no se habría podido cometer. Esa definición básica del derecho penal, indica que esa contribución debe considerarse decisiva por “su eficacia, necesidad y trascendencia objetiva para el resultado” de la acción. No es muy difícil ubicar bajo este paraguas incómodo a Javier Milei en el llamado criptogate. El Presidente fue clave para el lanzamiento de $Libra, lo difundió con un tuit (y lo fijó para que le mensaje tuviese más amplificación) argumentando que estaba pensado para fondear a pymes argentinas. Los organizadores de la maniobra son viejos conocidos de Milei, con algunos trabajó en otros lanzamientos similares antes de ingresar a la política. A las cinco horas de aconsejar la inversión hasta con un link directo, al libertario se le esfumó el entusiasmo, pero la defraudación a un número indeterminado de “creyentes” ya se había efectivizado y alcanzó cifras millonarias. La flamante criptomoneda explotó con su recomendación y luego se precipitó al abismo.

Allí empezaron las explicaciones insólitas: que sólo difundió y no promocionó la inversión. Que fue a título personal. Que los que juegan a la ruleta saben que van a perder, etc, etc, etc. Todo en una entrevista televisada en el canal de noticias TN y frente a Joni Viale. Sobre el final, el conductor terminó aceptando una insólita interrupción de Santiago Caputo, asesor presidencial estrella, para evitar que el Presidente quedara propiciando la intervención del Ministro de Justicia en su defensa legal. La difusión del episodio es otro ladrillo en la pared del descrédito acumulado por el autodenominado periodismo independiente –el mismo que suele acompañar a todos los dirigentes que expresen con claridad al poder económico más concentrado– en nombre de supuestos “valores republicanos”. La amabilidad que le dispensa a Milei este grupo de periodistas en entrevistas y encendidos editoriales, los está exponiendo como nunca antes. Asegurar que quieren que al presidente le vaya bien o cierta simpatía ideológica no justifica hacer mal el trabajo, no lo justificaba antes (con Cristina Kirchner, Mauricio Macri o Alberto Fernández) y no lo justifica ahora. En nombre de la polarización arrasan con la buena praxis.

Otra curiosidad de este episodio: Milei posee la lengua más rápida que el pensamiento (ejercitada hasta el cansancio en su trajinar por las redes sociales) y el insulto a flor de labios hasta cuando dice buenos días, pero nada dijo de las personas que lo indujeron al supuesto engaño (en especial sobre el joven Hayden Davis –quien afirmó ser asesor del gobierno argentino y ahora está desparecido– ni de Mauricio Novelli, viejo amigo que se reunió el pasado enero durante cuatro horas con Karina Milei y al que se le cuentan una docena de visitas a Casa Rosada y Olivos). ¿Por qué los cuida? ¿Qué características reales tiene ese vínculo en la actualidad? El dinero, que muchos perdieron y algunos pocos ganaron, ¿es una compensación o una devolución? ¿está pensado para financiar la campaña que se viene? ¿es cierto que las reuniones con el Presidente están tarifadas? ¿qué rol juega la Secretaria General en ese tráfico de influencias? ¿hubo un contrato de representación firmado por el presidente con estos chantas? Preguntas que merecen ser respondidas antes que aparezca Santiago Caputo en escena para cortar las respuestas.

Están también los que hablan de otra figura penal: negociaciones incompatibles con el ejercicio de la función pública. Un delito que apunta a las actividades de un funcionario cuando “se interesa indebidamente en un contrato u operación”. Se considera un delito contra el Estado, ese qué se quiere desmontar con la motosierra. Pero el Presidente no debe preocuparse mientras tenga el bastón tallado con sus perros en la mano, porque la Justicia argentina es lentísima cuando se trata de investigar a alguien que tiene poder (Lago Escondido lo revela mejor que un libro de instrucciones para magistrados infieles a la Constitución). Con todo, es posible qué alguna vez, alguna lejana vez, Milei tenga que dar explicaciones en tribunales. Y que las causas que se iniciaron en Estados Unidos puedan darle, en la era post Trump, una que otra sorpresa. Por ahora, Milei sólo dinamitó parte de su credibilidad y prestigio internacional. Las encuestas le dicen que su estrella sigue brillando para un importante sector de la sociedad que rechaza el pasado reciente y se contenta con la inflación a la baja. En el gobierno cuentan con una oposición mayoritariamente dócil y creen que esto pasará, aunque esta mancha en el delantal blanco no se pueda quitar con arengas en las redes.